Capítulo 9º — El español después del Siglo de Oro. XVIII y XIX 
 9.2. El siglo XIX 

 9.2.1.1.  Romanticismo

El Romanticismo, ligado al pensamiento idealista, se desarrolló en España durante la primera mitad del siglo. Sus principales características son: individualismo (el arte y la literatura son expresión del yo, de sus sentimientos y sensaciones),
- irracionalismo, opuesto al racionalismo del siglo anterior, el Romanticismo valora lo que no sea racional, como los sueños, las fantasías y las emociones,
- idealismo, búsqueda de ideales, inalcanzables en su mayoría, tanto en el amor como en la vida; esta posición conduce automáticamente al choque con la realidad y, consecuentemente, al desengaño,
- particularismo, por oposición a lo universal, lo general -lo común a todos- de la Ilustración, los románticos valoran lo distintivo, lo particular, lo diferenciador, no sólo del individuo, sino también de cada región, de cada país, con su cultura, sus costumbres y su lengua particular,
- exotismo el individuo insatisfecho con la realidad circundante huye en el tiempo, Edad Media, y en el espacio, Oriente y América.

Estas características pueden observarse en todos los géneros literarios, pero es en la poesía donde más claramente se manifiestan la exaltación del yo, el intimismo y el desbordamiento afectivo característicos del Romanticismo. De entre los poetas podemos recordar a Bécquer, Rosalía de Castro y Espronceda.

La lengua utilizada por los románticos se aparta del gusto por la claridad y elegancia versallesca del neoclasicismo anterior y abraza el apasionamiento y la vehemencia. Para poder crear o recrear pasión, sentimientos y emociones con sus palabras el poeta, Espronceda por ejemplo, recurre a las posibilidades connotativas de determinados campos semánticos como son los del dolor, la insatisfacción, el temor, la muerte, el amor, etc. Así encontraremos sustantivos como : frenesí, arrebato, afán, quimera, ilusión, delirio, sombra, agonía, melancolía, tumba, devaneo; adjetivos como: misterioso, sombrío, ilusorio, lánguido, horrendo, tétrico, mágico; y asociaciones del tipo epíteto+sustantivo como: lúgubre viento, temerosas voces, súbito rumor, lóbrega noche, melancólica mirada, impenetrable misterio, pavorosos fantasmas, aborrecible tormento, fétido fango, moribunda lámpara, pálida luna, densas tinieblas, etc. Como puede verse en los ejemplos anteriores, otro de los recursos es el uso abundante de palabras esdrújulas por tener éstas una mayor sonoridad: bóvedas lóbregas, flamígeros relámpagos, estrépitos horrísonos, etc.

Otro recurso romántico para conseguir esta sonoridad es la aliteración: figura retórica en la que se repite un mismo sonido al inicio de las palabras: "el ruido con que rueda la ronca tempestad" (Zorrilla, dramaturgo romántico).

Otros dos tipos de léxico son frecuentes en los textos románticos: 1) arcaísmos (acá y acullá, a la sazón, a tiro de ballesta, etc.) con los que intenta reflejar de manera aparentemente más verídica el espíritu de esas épocas pasadas y lejanas en la historia a las que huye porque el presente no le satisface; y 2) localismos (como los utilizados por Estébanez Calderón en Escenas andaluzas, 1847) y vulgarismos (mollera, jorobar, endilgar). Con localismos y vulgarismos el escritor romántico busca presentar la particularidad, la individualidad diferenciadora del habla de personas y regiones.

Naturalmente, este léxico efectista y particular se encuentra dentro de construcciones rebuscadas, antítesis violentas, metáforas, hipérbaton, hipérboles y comparaciones sorprendentes decoradas, todas ellas, con un profuso uso de signos de interrogación y exclamación.

El casarse pronto y mal, Mariano José de Larra (1809-1837)

¡Qué movimiento en él! ¡Qué actividad! ¡Qué heroísmo! ¡Qué amabilidad! ¡Qué adivinar los pensamientos y prevenir los deseos! ¡Qué no permitir que ella trabaje en labores groseras!


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