Capítulo 4º — Roma y la(s) lengua(s) de Roma 
 4.1. La romanización 

La llegada de Escipión señala el comienzo de la romanización de la península Ibérica. El Levante (la zona ibérica) y el Sur (la zona tartesia) son rápidamente sometidos al poderío romano. Tras la rebelión del 197, estas provincias (la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior) quedarán integradas de forma definitiva en el mundo cultural y lingüístico de Roma.

Durante el siglo II a.C. se produce la conquista de las zonas céntricas de lengua indoeuropea, mucho más pobres y más reticentes a aceptar ser dominadas por los invasores romanos.

Como mencionábamos en el capítulo I (Esta historia), los libros de historia, normalmente, definen como belicosos y violentos a los que no se dejan conquistar fácilmente, y así definen los historiadores romanos a estos pueblos celtas peninsulares

Entre el 29 y 19 a.C. los ejércitos romanos consiguen conquistar a cántabros, astures y galaicos, es decir, toda la franja norte paralela al mar Cantábrico. Tras esta conquista, Hispania será ya una provincia pacata ('provincia pacificada'). (Véanse mapas Mapa 6 y Mapa 7)

Al mismo tiempo que la conquista militar avanza, el territorio peninsular se va romanizando cultural y políticamente. En este proceso intervienen de manera determinante las clases dominantes indígenas, la aristocracia local, que obtienen favores y privilegios de los conquistadores a cambio de la reeducación del pueblo, pero allí donde la aristocracia como estrato social no era fuerte -centro y norte- tampoco pudo ser fuerte la romanización.

La latinización de Hispania, paralela al proceso de romanización política y cultural, tardó 200 años en realizarse y no tuvo la misma intensidad en toda la Península: en el sur la romanización y la latinización fueron totales, la provincia Bética se convirtió rápidamente en una provincia romana latinoparlante; en cambio, las regiones montañosas del norte -País Vasco y Cantabria- tuvieron un contacto mucho menor con el pueblo invasor y por lo tanto no asimilaron tan profundamente la nueva cultura y la nueva lengua.

La diferencia en la intensidad de la latinización y la romanización puede verse también en que incluso en plena época imperial, en las zonas centro y norte sobrevivían la organización social, las costumbres, las creencias, los nombres personales e incluso las lenguas de los pueblos del centro y del norte. Las inscripciones se seguían haciendo en celta o utilizan el alfabeto ibérico. En cambio, en el sur, en la Bética, parece ser que se adoptó rápidamente la nueva cultura y la nueva lengua hasta tal punto que el gramático Varrón (s. I a.C.) cita a Córdoba entre las varias ciudades "italianas" que conservan elementos latinos antiguos. Pero aunque la Bética fuese considerada “italiana” Cicerón nos recuerda en su Pro Archia Poeta que los poetas cordobeses tienen un acento particular (... ut etiam Cordubae natis poëtis, pingue quiddam sonantibus atque peregrinum, tamen aures suas dederet.); también sabemos que el emperador Adriano (s. II d.C.), de origen hispano, despertó las risas de los senadores romanos por su acento dialectal.

Recordemos también que en la zona andaluza, la Bética, habían habitado los tartesios, los fenicios, los griegos y los cartagineses. Es decir: estaba acostumbrada a organizaciones y sistematizaciones, ya fueren éstas militares, políticas, comerciales o lingüísticas; por eso, la adquisición de una nueva cultura y su lengua no presentaría para ellos gran dificultad.

Para mejor visualizar la diferencia en la intensidad de la conquista en el sur y en el centro-norte, haga memoria el lector de cuántos monumentos de la época romana recuerda ubicados en Sevilla o Córdoba y cuántos en Palencia o Burgos, por ejemplo.

Esta diferencia de intensidad en la latinización puede constatarse en el hecho de que el latín suplantó a todas las lenguas paleohispánicas salvo al vasco, en la zona norte


 Anterior   Siguiente